Hoy, viernes 25 de julio de 2008, es el día del apóstol Santiago. Hoy se cumplen exactamente ocho años de aquella madrugada en Saint Jean de Pied Port, cuando Martín y yo dimos el primer paso por el Camino de Santiago. Desde entonces, creo yo, no hemos dejado de ser peregrinos.
El Camino de Santiago es una ruta milenaria forjada con el esfuerzo y la vida de millones de caminantes de voluntad inquebrantable y de corazón de mártir. Peregrinos que entregaron sus vidas alentados por una fe que ardía inextinguible en lo más profundo sus corazones humanos. Es una ruta que avanza desde Francia, surcando valles, rebasando ríos, hendiendo la montaña -como hiciera Rolando con su espada Durandal -, inexorable, hasta los pies de la tumba, donde, desde hace mil años se venera a Santiago el Mayor. Más allá de la tumba, es el fín del mundo. Es el “fininisterrae” de los antiguos. Mas allá ya no hay tierra, ya no hay mundo. Mas allá sólo esta el cielo, sólo “et suseia”. El camino ha sido bañado siempre con el sudor de cada peregrino, hombre o mujer, niño o anciano, y a veces también regado con la sangre de muchos ellos. Se dice que aquellos que no llegan, que aquellos que perecen en la ruta, son llevados de la mano por el apóstol mismo hasta Compostella, hasta el fin del mundo, y más allá.
Lo primero que aprende el peregrino es a desprenderse de casi todo, porque eso es peregrinar. El camino enseña muy rápidamente que es necesario aligerar la carga, la que se lleva a la espalda y la que se lleva en el alma, para llegar a la meta. Esta enseñanza permanece, aún hoy día, indeleblemente impresa en cada piedra del Camino: “Peregrino, deja lo que puedas y toma lo que necesites”.
A partir de hoy, comenzarán a aparecer en este blog algunas de las fotografías que tomamos durante el camino. Todas llevarán un título y un texto que contará la historia detrás de cada una de ellas. Es mi manera de compartir con ustedes muchas cosas que quedaron fuera de los garabatos del diario. Estas imágenes e historias serán las “Historias del Camino”.
Para empezar les dejo esta foto que va a ser el centro de la primer "Historia del Camino" y es de las poquísimas imágenes en que aparecemos juntos con Martín, el mejor amigo que cualquiera pueda llegar a tener. Como dice el Martin Fierro: "De a dos, no digo un pampa, a la tribu si se ofrece!"
Ultreia et Suseia
"Ultreia" (mas allá) era el saludo dado al peregrino en la edad media, al cual este respondía siempre "et suseia" (y más arriba), de ahí el título de este blog. Epítome de todos los caminos, el Camino de Santiago es un camino sin final y sin retorno cuya síntesis perfecta es precisamente "Ultreia et suseia".
viernes, 25 de julio de 2008
Historias del Camino
sábado, 10 de mayo de 2008
Va, Pèlerin
Va, pèlerin, poursuis ta quête
va ton chemin, que rien ne t'arrête.
Prends ta part de soleil et ta part de poussière;
le cœur en éveil, oublie l’éphémère.
Tout est néant : rien n’est vrai que l’amour.
N’attache pas ton cœur à ce qui passe.
Ne dis pas : j’ai réussi, je suis payé de ma peine.
Ne te repose pas dans tes œuvres, elles vont te juger.
Garde en ton cœur la parole: voilà ton trésor.
Liturgie des heures
Fête de Saint Antoine
viernes, 22 de febrero de 2008
Prière des pèlerins
Marche... tu as rendez-vous.
Où, avec qui? Tu ne le sais pas encore.
Avec toi peut-être?
Marche... tes pas seront tes mots,
le chemin ta chanson,
la fatigue, ta prière,
et ton silence, enfin, te parlera.
Seul, avec d’autres, mais sors de chez toi.
Tu te fabriquais des rivaux,
tu trouveras des compagnons.
Tu te voyais des ennemis, tu te feras des frères.
Marche...ta tête ne sait pas
où tes pieds conduisent ton cœur.
Marche... pèlerin du monde.
Marche... tu es né pour la route, celle du pèlerinage
Un autre marche vers toi,
et te cherche.
Pour que tu puisses le trouver,
au sanctuaire du bout du chemin,
au sanctuaire du fond de ton cœur.
Il est ta paix, il est ta joie
Marche... déjà, Dieu marche avec toi.
Prière des pèlerins chantée au monastère de Bellocq.
24 - Y por fín, Santiago
Notas de viaje, martes 15 de agosto de 2000.
... y por fín, SANTIAGO.
Nos levantamos temprano. Repasamos nuestra rutina matinal con una cierta mecanicidad, con la cabeza en otra cosa, no estamos pensando en que esto o aquello quede bien ordenado dentro de la mochila, en que las correas tengan las tirantez suficiente, o el peso se encuentre bien distribuido. Tampoco estamos expectantes ante las sorpresas, alegrías, y cansancios, que nos deparará el Camino esta jornada. Todo se hace de manera impersonal, la mente está en otra parte..., los pensamientos, incontenibles, han llegado ya a Santiago.
Se cierra la mochila, se ajustan las correas, se coge el bordón, y se sale al camino. La mañana está oscura, es temprano, un último sorbo de agua, y a caminar. El primer contacto de las botas con la gravilla del camino, me saca de mi ensimismamiento, me obliga literalmente a poner los pies sobre la tierra, me detiene un momento. Esta jornada, la de hoy, es una jornada más, pero también la última.
Mañana ya no habrá mochila, ni bordón, ni Camino de Santiago. Ya no habrá albergue, ni lavado de la ropa del camino, ni sellos, ni cuchetas, ni ronquidos, ni ansiedades.
Mañana dejaremos de ser peregrinos en camino. Mañana sabremos si caminando hemos podido, si ha fuerza de andar hemos alcanzado al destino, mañana sabremos si hemos hecho camino al andar.
Martín me mira, inquiriendome con la mirada el motivo de ese instante de detención. Lo miro, miro las flechas amarillas del sendero, ajusto la mochila a los hombros, le sonrío, y nos ponemos en marcha.
Caminamos en silencio, trepamos hasta el centro del pueblo, rodeamos un campo deportivo, erramos el camino, desandamos unos metros y retomamos la senda internandonos en una de esas oscuras y húmedas corredoiras gallegas, la última que habremos de pisar. El andar es a la vez reflexivo y ansioso, la corredoira da paso a un bosque de eucaliptos y el camino se torna cómodo. Una par de horas más tarde entramos en Labacolla bajo el zumbido atronador de los aviones de un aeropuerto vecino. La localidad, de caseríos bastante diseminados, se atraviesa rápidamente y los eucaliptos dan paso a un tramo a cielo abierto.
Empieza a notarse la presencia de la ciudad. El tramo se hace ahora por caminos bien mantenidos y por tramos asfaltados. Comienza el ascenso al Monte del Gozo. Dejamos atrás una zona de camping, y las instalaciones de la TV de Galicia. La llegada a Santiago no se luce por los paisajes ni nada por el estilo, es más, no se luce para nada. No importa, a esta altura del Camino la belleza se lleva dentro. A las 10:00 atravesamos San Marcos, último villorio antes del ascenso definitivo al Monte do Gozo. Seguimos, ansiosos, conversando animadamente, marchamos en grupos numerosos, todo un río de peregrinos llegando a Santiago.
Finalmente, el Monte do Gozo. Asombra por la modernidad de las instalaciones. Convertido en hogar estudiantil, con capacidad para más de 1200 estudiantes, posee todo tipo de servicios. Visitamos el monumento erigido en conmemoración de la visita y peregrinación de Juan Pablo II. Tomamos fotos, descansamos, tomamos un par de cocacolas, intentamos atisbar la Catedral de Santiago sin resultado, oculta como está detrás de modernos hoteles y condominios. Cargamos las mochilas y comenzamos el descenso.
A los pocos metros decidimos visitar las instalaciones de estudiantes,se deja el óbolo, se sellan las credenciales, y volvemos a tomar la ruta. Bajamos calles y escaleras hasta desembocar en el asfalto de la carretera. Seguimos por el escueto arcén de la ruta, aparecen los primeros carteles indicando la ciudad. Nos detenemos a tomarnos una fotografía en el que probablemente sea el último mojón del camino. Se han terminado los kilómetros, ya no hay distancias indicadas, solo una palabra esculpida en la piedra, sólo una: SANTIAGO. Un sorbo de agua y otra vez en marcha.
El último mojón del camino
La ruta desemboca en un puente sobre la autopista que da acceso al casco urbano de la ciudad. Nos detuvimos unos minutos en una oficina de información turística a solicitar un plano de la ciudad, e indicaciones de cómo llegar a la Catedral, salimos con muy poca información, un plano y un par de folletos. Caminamos todavía un rato por entre calles modernas y casi sin señalización, ante la indiferencia de la gente que apenas se apartaba para darnos paso. De pronto, luego de ascender una cuesta por una callejuela empedrada, alcanzamos a divisar una de las torres de la Catedral. El corazón se me disparó, un millón de emociones y pensamientos me inundaron al instante, tomamos una foto de nuestra primera vista del edificio y continuamos a pasos estirados y apresurados. Diez minutos después estábamos ante las puertas mismas del casco antiguo. De allí accedimos a la plaza de San Pedro, de allí a la plaza de Cervantes, a la Azabachería, a la vía Sacra, a la plaza de las Platerías, y a la plaza de Quintana donde finalmente vimos la Catedral en todo su sólido esplendor. Estábamos frente a una de las entradas laterales, la rodeamos rápidamente, y pasamos a la plaza del Obradoiro, vimos el Hostal de los Reyes Católicos, el palacio de Gelmirez, el Ayuntamiento, cruzamos la plaza como una ráfaga, hasta que finalmente nos detuvimos a la sombra de las arcadas del Palacio de Gelmirez y dimos la vuelta para contemplar, por fín, la Catedral de Santiago en todo su esplendor, en esa orgía de piedra que deslumbra y apabulla, en esas altivas torres con agujas que parecen querer buscar el cielo.
Qué decir de ese momento…
Todos los días de Camino, todo el esfuerzo, las noches de albergue, el cruce de un océano, todas las cosas vividas hasta ese momento se juntan, se arremolinan dentro del pecho, el estómago se anuda, el pulso tiembla, y las lágrimas fluyen lentamente, acariciando las mejillas, en un llanto que viene de muy profundo, que mana lento, sin prisa, liberando el peso cargado desde tan lejos, desde tanto tiempo atrás. Estábamos mudos, a pocos pasos de distancia, nos sentamos sobre las losas de la plaza, sin mirarnos, permanecimos en silencio durante varios minutos, inmóviles, cada uno a solas con sus sueños, ilusiones, miedos y ansiedades. Cara a cara con nosotros mismos, ninguno de los dos habló. El momento, por mucho que se haya compartido durante el Camino, por muy cercana que se sienta a la otra persona, es de una intimidad tan enorme, que avergonzaría el sólo hecho de querer participar de él en otro que no sea uno mismo. Se requiere valor para mirar en lo profundo de uno mismo e intentar desnudar la verdadera esencia de nuestro carácter. Se requiere valor para descubrir la justa medida de nuestra fé y de nuestras dudas e inseguridades. Se requiere valor y por sobre todas las cosas, se requiere amor. Ese amor que todos llevamos dentro y al que tan poco lugar damos en nuestra vida, y que sin embargo es la puerta a todas las respuestas.
Y casi sin darme cuenta, como tantos otros peregrinos, comencé a llorar. Un llanto de alegría, de felicidad, de emoción, de humildad, pero por sobre todas las cosas era un llanto de agradecimiento y de amor… que por amor a tu nombre peregrinamos a Santiago de Compostela.
Depués. Mucho después. Nos levantamos, cargamos nuestras mochilas, y lento, muy lento, partimos en dirección al lugar donde habría de esperarnos la señora Teresa…
La última etapa del Camino
23 - De Arzúa a Pedrouzo
Notas de viaje, lunes 14 de agosto de 2000.
Retomamos el camino hacia Pedrouzo a las 7:00. La mañana está soleada y fresca a esta hora del día, mientras los típicos bancos de niebla demoran en disiparse bajo los primeros rayos de sol.
Pasamos por Salceda, trepamos el Alto de Santa Irene, y luego dejamos atrás Santa Irene y Rúa. Entre caseríos, aldeas, bosques de eucaliptos, caminos de tierra y gravilla, y arcenes de asfalto al borde de la carretera, avanzamos con cierta ansiedad y alegría en la marcha. Prácticamente no hacemos ninguna pausa en el camino, y en poco más de cuatro horas cubrimos los 20 kms. de la etapa.
Llegamos a Pedrouzo una hora antes de que abra el albergue y conseguimos una buena ubicación en la fila que recién está comenzando a formarse. Dejamos las mochilas en el suelo y nos sentamos a esperar y ver como van llegando el resto de los peregrinos. Un peregrino alemán de unos sesenta años, al cual habíamos adelantado en el camino donde ya se le notaba cierta dificultad al andar, llega hasta al albergue con mucho esfuerzo, apoyándose en su bordón. Se le nota la decepción en el rostro al ver la fila de entrada al albergue desbordante de mochilas y gente. Con resignación ocupa su lugar cuando de pronto alguien le alcanza una silla para que descanse. El hombre agradece, toma asiento, y de pronto se echa a llorar. Es que a esta altura un espíritu de solidaridad, sencillez y reflexión, ha germinado en el corazón de cada peregrino, y se agradece a la vida cualquier cosa que esta nos da, por pequeña que sea. Un rayo de sol, un sorbo de agua fresca, o una silla (como en este caso), despiertan al instante unaa emoción que hace rato se lleva a flor de piel, y las lágrimas son más bien una expresión de felicidad que de tristeza.
Al rato se abren las puertas del albergue, es moderno y cómodo, aunque las duchas automáticas no están a la altura del resto de las instalaciones.
Como vecino de cucheta, nos toca un aragonés que insólitamente no solo tiene muy claro donde está Montevideo, sino que además, nos deja boquiabiertos cuando comenta:
- "..., yo soy del mismo pueblo que Artigas..."-
- "¿Qué?"-
- "Si, la familia de José Artigas es de mi pueblo, tenemos un retrato de él detrás de la barra del bar de la plaza, que dice General José G. Artigas, libertador del Uruguay..."-
Increíble, estas cosas del Camino, no dejan de asombrarme.
La estancia en Pedrouzo pasa agradablemente, no hay mucho para recorrer y aprovechamos el tiempo en organizar nuestra llegada a Santiago. Hablamos con nuestras respectivas novias. Ana me pasa un número telefónico y contactamos a la señora Teresa, que habrá de alojarnos en la capital gallega, hacemos unos partiditos de conga (Martín sigue engrosando mis arcas de jugador), comemos algún bocadillo y tomamos un par de cervezas.
Albergue de Pedrouzo
Calle principal de Pedrouzo
Mañana nos espera Santiago de Compostela.
La ciudad Santa, imaginada mil veces a lo largo del camino, soñada en cada noche de albergue y hostal. Santiago la monumental, patrimonio de la humanidad toda y eje de la cristiandad durante más de mil años. Santiago la misteriosa, la mística, la mágica, la milagrosa, la del sepulcro del apóstol de Cristo. Santiago, la ciudad de las respuestas... Mañana será, sin dudas, un día único.
22 - De Palas do Rei a Arzúa
Notas de viaje, domingo 13 de agosto de 2000.
Dejamos Palas do Rei a las 07:30. La mañana es fresca bajo un sol radiante y Martín se enoja porque le he perdido sus calzoncillos.
[Anoche mientras Martín dormitaba llevé nuestras ropas a la lavandería que funciona en la planta baja del albergue donde hay unas máquinas que funcionan con monedas. Abro una que estaba libre y cuando voy a echar dentro los pocos trapos que traía -dos remeritas, unas medias, y un par de calcillones-, se me apersona uno de los hermanos franciscanos a preguntarme si me molestaría compartir con él -que no trae un cobre- la lavadora ya que evidentemente sobra bastante espacio. Bueno, el hecho es que estuvimos conversando un rato mientras terminaba de lavarse nuestra ropa y luego del lavado comenzó la repartija de la ropa. - Esto es mío, esto es tuyo. Dame, tomá, gracias. - En el reparto el hermano franciscano se llevó los slip de Martín, que, evidentemente yo no reconocia como propios.] Ahora clama a todos los cielos como coño me las he ingeniado para perderle los calzoncillos, que ya solo le queda uno.
Marchamos rápido, concentrados, y ansiosos. Dejamos atrás Leboreiro, y hacemos un alto en Furelos, donde conversamos con el cura párroco local y rezamos en silencio unos minutos ante una inusual y creo que única imagen del Cristo en la cruz en el santuario de Santa Lucía. Asombra al párroco saber que hemos cruzado miles de kms. de océano para hacer este camino. Nos obsequia unas estampitas de Santa Lucia y nos despide con su bendición y deseos de bienaventuranza.
Seguimos hasta Melide donde nos detenemos a desayunar y comprar unos calzoncillos que reemplazaran los que le extravié a Martín. El camino prosigue su ruta por entre un espeso bosque donde los eucaliptos se alternan con especies autóctonas. Cruzamos un par de pequeñas localidades, Boente y Castañeda, y trepando colinas y vadeando arroyos, desembocamos en un camino que conduce a Ribadiso do Baixo, una minúscula localidad sobre la margen del río Isso. Hacemos una pausa para beber un poco de agua, quitarnos los impermeables, y descansar los pies, y luego bajamos a conocer el albergue del lugar, que asombra por su tamaño y modernidad. Proseguimos camino, Arzúa queda apenas un par de kilómetros. Entramos en Arzúa a mediodía, ya no queda sitio en el albergue y salimos en busca de una pensión. Hay fiesta en el pueblo, y en la plaza se está montando un escenario donde seguramente tocará alguna banda por la noche. Luego nos enteramos que se trata de la fiesta de los botes, una tradición joven pero con mucha adhesión de los lugareños -parece ser algo así como nuestra noche de la nostalgia-.
Conseguimos habitación a un par de cuadras de la plaza -luego de que Antonio nos birlara las que parecían ser las últimas- y planchamos hasta las seis de la tarde. Luego salimos a dar una vuelta por ahí. Consigo un teléfono público y hablo con Ana. La tarde estaba radiante y mi ánimo también.
Anochecer en Arzúa desde ventana de la habitación
A la noche conseguimos una mesa frente a unos de los bares de la plaza del pueblo y comimos un par de hamburguesas en compañía de Antonio -que nos acompañara con sus ronquidos desde Villafranca del Bierzo- y su familia. Nos invita a probar el Orujo, que viene a ser la versión gallega de la grappa -breve y contundente, como dijera el gran Borges- y a comprobar su insólita teoría de que “...el acohol se transforma luego en azúcar y marchas de maravillas...”. Entre orujos, escoceses -después del primer orujo nos pasamos, disimuladamente, al scotch-, bromas y conversaciones variadas, nos fuimos a dormir, un poco borrachos y felices.
Mañana partimos hasta Pedrouzo -Arca-, nuestra penúltima etapa antes de Santiago de Compostela.
21 - De Portomarín a Palas do Rei
Dejamos Portomarín temprano en la mañana. Antes de las seis ya estábamos en camino, bajando las empinadas calles de la ciudad e internándonos en el bosque gallego luego de cruzar la carretera. Es de noche, falta aún casi una hora hasta que amanezca, y marchamos alguno pasos detrás de un grupo de peregrinos españoles. El bosque está oscuro y en silencio. La débil luz de la pequeña linterna ilumina apenas a unos pocos pasos de distancia, puede oirse claramente el crujir de la gravilla del sendero bajo nuestras botas. Toda la mística del bosque gallego nos llega en la fresca briza del cierzo nocturno, que parece susurrar fragmentos olvidados de secretos aquelarres y queimadas, de ritos de otros tiempos y de otras gentes. La marcha se disfruta a pesar de la oscuridad.
Con las primeras luces del amanecer, llegamos a Gonzar. La oscuridad del bosque ha dejado paso a estáticos bancos de espesa niebla que se diseminan por doquier. Martín se detiene un instante a fotografiarlos y seguimos camino. Pasamos algunas aldeas pequeñas, dejamos atrás CastroMayor, Hospital de la Cruz, Ventasde Narón y Ligonde. Nos detenemos en una breve pausa a la sombra de un bosquecillo de eucaliptos, bebemos algo de agua, liamos un par de pitillos, y reemprendemos la marcha.
A la salida de Ereixe -iglesia en gallego-, nos topamos con el famoso cruceiro de Lameiros, una cruz de piedra que jalona el Camino desde 1670. Seguimos la marcha y poco antes de mediodía entramos en Avenostre, a unos dos kilómetros de Palas do Rei. Media hora más tarde estábamos haciendo fila en las puertas del albergue de Palas. Dejamos nuestras mochilas en la fila y nos sentamos a la sombra a ojear unas postales que compramos en una fuente del Camino. Luego de conseguir cama y ducha, salimos del albergue en pos de nuestro sustento.
Luego de ir y venir varias veces por la calle principal de la ciudad en busca de una pizzería inexistente, terminamos en un bar a pocos metros del albergue donde dimos buena cuenta de una picada de mariscos y un par de cervezas. una vez satisfechos nuestros estómagos, la siestecilla reparadora que se me hizo un poco más larga de lo habitual…, me desperté a las ocho cuando ya era de noche. Afortunadamente el albergue no cierra las puertas hasta la medianoche. Dimos algunas vueltas por el lugar, conversamos con otros peregrinos, cenamos, y al sobre. Estamos a unos 67 kms. de Santiago. Mañana partimos hacia Arzúa, en una etapa de algo más de 28 kms. que nos dejará a apenas tres jornadas de Santiago. En el albergue se respira la euforia de los peregrinos, se siente en el aire un no se qué Compostelano...
20 - De Sarria a Portomarín
Notas de viaje, viernes 11 de agosto de 2000.
Dejamos Sarria temprano en la mañana, luego de desayunar en el bar y de despachar las cartas y postales en el buzón del albergue. Tomamos el camino hacia Portomarín, a unos 23 kms. de Sarria, faltaban 15' para las 07:00, y la mañana estaba fresca y oscura. Una vez más equivocamos el camino y nos metimos en un lugar que no se veía nada; ni sabíamos por donde seguir, y al desandar un par de cuadras y retomar la senda correcta, iban delante nuestro todos los peregrinos a los que habíamos adelantado. Cruzamos la vía del tren y nos internamos nuevamente en uno de esos oscuros y tupidos bosques de hayas, robles, y pinos, que tanto alegran mi ánimo. Pasamos por Barbadelo, con su Iglesia de Santiago, de pórtico románico pleno de iconografías medievales. El camino entrecruza la carretera varias veces, discurriendo generalmente por las famosas "corredoiras" gallegas. Atravesamos algunos caseríos que ni siquiera figuraban en la guía, donde comenzamos a ver los famosos hórreos y cruceiros. Pasamos por Brea, Rente, y hacemos una pausa en Ferreiros a liarnos un pitillo y repostar líquido.
Luego de las fotos seguimos nuestro penitente camino bajo la llovizna gallega... .
Pasamos varios pueblos y caseríos, Pena, Mormento, Mercadoiro, y Parocha. A las 11 entramos en Vilachá, en el valle del río Miño. Vilachá mantiene su antiguo monasterio de Boio, y los restos de una ermita donde 9 siglos atrás, doce caballeros juraran ante Dios proteger a los peregrinos de los asaltos de bandidos y Moros, dando origen así a la orden de los Caballeros de Santiago, que tanta importancia tendría en la historia del Camino.
Luego de descender una empinadísima cuesta tapizada de guijarros sueltos (calculo que se podría llegar a bajar haciendo sandboard), entramos en Portomarín cruzando el soberbio puente sobre el Miño que da acceso a la ciudad. A los lejos, en lo alto del pueblo, se destaca la orgullosa iglesia-fortaleza de San Nicolás levantada por los Templarios de la orden de San Juan de Jerusalén en el siglo XII. El tamaño de la construcción, inusual en el arte románico, su techo almenado, y la sobriedad y grandeza de su interior dan una buena idea de la voluntad que alentaba a estos legendarios monjes-guerreros de la edad media.
Llegamos al albergue del lugar, lo suficientemente temprano como para conseguir cama, ducha, y sello. Incluso conseguimos un teléfono público de donde pude conversar con Ana.
- Estamos a 92 kms. de Santiago... - le comenté feliz.
Silencio del otro lado de la línea.
- ¿Y eso es mucho o poco? - preguntó.
Es poco, muy poco, tanto que dan ganas de ponerse en marcha ya mismo. Santiago, la meta, el sueño, la ciudad santa, el finisterre de los antiguos, el campus stellae, Santiago. ¿Y luego qué ...? A uno se le mezclan la alegría de llegar y la melancolía de dejar el Camino. Muchas respuestas fueron llegando junto con los kilómetros, muchas ansiedades, miedos y culpas fueron desapareciendo bajo la empecinada marcha de nuestros pies. ¿Será Santiago el fin de este maravilloso periplo? ¿Será el comienzo de un nuevo Camino? Es difícil es contestar estas preguntas, en este momento. La respuesta, aún cuando ya se intuye, llegará sólo cuando de rodillas, con el corazón y el alma dispuestos por tantos kilómetros de marcha, descubramos el valor de mirar en lo profundo de nosotros mismos.
Recorrimos el lugar con Martín, la tarde estaba fresca y nos tomamos un par de cognacs en un bar del pueblo. Jugamos algunas conguetas rabiosas, le birlé algunas pelas más a mi amigo pelerin, y luego dimos otra recorrida por el pueblo visitando la Iglesia de San Pedro, junto a un hermoso parque de cipreses.
Más tarde asistimos a una misa en la Iglesia de San Nicolás, y luego vendrían la cena, el pasaje de estas notas y la cucheta hasta un nuevo día.
Aquí aparecerían por primera vez los hermanos, y peregrinos, franciscanos, que no llevaban un cobre, y que despedirían cada jornada entonando unos cantos que a Martín le resultaban gratos --y a mi no sé, porque apenas tocaba el colchón quedaba como piedra-.
La etapa de mañana nos llevará hasta Palas do Rei, unos 25 kms. bastante llanos desde Portomarín.
19 - De Triacastela a Sarria
Notas de viaje, jueves 10 de agosto de 2000.
Otra vez nos levantamos algo tarde y luego de dispuestas nuestras mochilas y nuestros pies, retomamos el camino con destino a Sarria, unos 19 kilómetros de etapa.
Pasamos por varios pueblitos y caseríos, Balsa, Fontearcuda, Furela, Pintín, San Xil, y Calvor donde nos detuvimos a desayunar. Retomamos el camino y una hora más tarde divisamos Sarria por entre los árboles del espectacular -frondoso, añoso, verde, tupido, fresco, neblinoso, y por supuesto misterioso- bosque gallego. El descenso hacia la ciudad nos tomó casi una hora más de camino. Más nos acercábamos y más grande y moderna lucía la ciudad. Sarria es la segunda ciudad más grande de Galicia, después de Santiago, antigua residencia de los Condes de Sarria, ha enterrado su pasado peregrino en pos del progreso y el modernismo. Ya casi no se ve, oculto detrás de modernos edificios, el antiguo convento de la Magdalena, ni la Iglesia del Salvador, erigida en el año 1094. La moderna urbe de hoy día, es una mole de cemento y asfalto que poco recuerda a la antigua población que acogía y daba abrigo al peregrino.
Para colmo, Sarria nos recibió al ritmo de King África("... a trompeta que no para de tocar!..."), y a punto estuvimos de emprenderla a pedradas contra el megáfono del coche que anunciaba para esa noche la orgía romana, la gran bacanal, y otros dislates del estilo en la disco de moda. A la cola del albergue llegamos tarde. No encontramos con más de cien peregrinos esperando para encontrar lugar en un albergue con 70 camas. Un rápido cálculo nos dijo que teníamos que buscar una pensión antes de que estas también se completaran. Finalmente conseguimos habitación sobre un bar en lo alto de la calle del albergue, donde teníamos un espléndida vista de la ciudad y del bosque que la rodea. Nos duchamos, sellamos nuestras credenciales y tomamos la acostumbrada siestecilla. Mas tarde salimos a recorrer la ciudad, subimos y bajamos empinadas callejuelas, visitamos alguna Iglesia, revelamos el primer rollo de fotografías y cenamos en el bar debajo de nuestra habitación.
A la noche, me tomé mi tiempo para escribir estos apuntes, reseñar algunas fotografías, escribir una carta para Ana, y postales para familia y amigos. La ciudad se mostró más agradable, con el paso de las horas, de lo que fuera nuestra primera impresión en la mañana. Me demoré en dormirme mientras una luna redonda y enorme asomaba en la ventana de la habitación. Estuve largo rato pensado en el camino, en mi familia, y en Ana.
Martín perseguía insectos por la habitación, clausuraba ventanas, armaba y desarmaba su mochila, y correteaba arañitas debajo de su cama zapatilla en la diestra y linterna en la siniestra. El cansancio comenzó a vencerme, y dejando a mi amigo disfrutar en privado de sus fobias bajo la cálida luz de la luna estival gallega, me dormí.
18 - De Cebreiro a Triacastela
Notas de viaje, miércoles 09 de agosto de 2000.
Nos levantamos algo tarde, y a las 07:30 partimos hacia Triacastela. El camino a Triacastela es un largo descenso hacia el valle, interrumpido por algunas colinas. El camino se hizo muy agradable, pasamos el Alto de San Roque (que ni se notó) donde nos tomamos unas fotos junto a la escultura del peregrino con las primeras luces del amanecer gallego. Seguimos hasta el Alto do Poio (que de alto no tiene nada) y luego de una corta pero esforzada y empinada subida nos encontramos con un bar donde varios turistas cómodamente instalados tomaban cerveza bajo unas sombrillas y miraban divertidos a los peregrinos que aparecían ante sus ojos todos transpirados y polvorientos. En fín..., estas cosas que tiene el camino...
Seguimos caminando y alcanzamos a Antonio -el roncador- y su familia. Intercambiamos saludos y seguimos camino. El resto transcurrió entre un poco de calor, mucho sol, y paisajes de valles y montañas. Entramos en Triacastela poco antes del mediodía, algo cansados y contentos. El albergue estaba soberbio. Ubicado en un prado de hierba verde, a un par de cuadras de la calle principal del pueblo, en la margen de un arroyuelo de aguas transparentes y a la sombra de un bosquecillo de álamos añejos, daba una sensación de paz y frescura increíbles.
El sol matinal resplandece por entre los pies del peregrino en el Alto de San Roque (Nótese un curioso efecto de la luz -encima de la cabeza del peregrino- con forma de Cruz de Santiago)
Triacastela, cuyo nombre significa "Tres Castros", y deriva de los tres asentamientos celtas que existían en la zona en épocas pre-romanas, mantiene en pie la Iglesia de Santiago, una maciza construcción románica del siglo XIII en perfecto estado. Triacastela también se dio a conocer según la guía porque antiguamente los peregrinos solían cargar una piedra de cal extraída de las canteras de la zona hasta Santiago para colaborar en la construcción de la catedral. Luego de registrarnos, ducharnos, y procurarnos el almuerzo asistimos a una de las misas más recordables del camino donde el cura párroco, Augusto, nos sorprendió a todos. Es un ejemplo de fe cristiana y profunda conciencia social y humana. Al final de la misa nos obsequió algunas fotocopias parroquiales donde figuraba incluso su dirección en la web. Fue increíblemente emocionante y esperanzador. A la salida de la Iglesia me sentía en paz con el mundo y conmigo mismo. Realmente la misa había puesto las cosas en su lugar y durante un rato caminé por las calles de Triacastela mientras un rayo de sol gallego filtraba a través de mis lentes de sol dándome la ilusión -o no- de un vínculo directo con algo muy por encima mío, y una sensación de contención y amor que jamás antes había experimentado con esa intensidad. Triacastela y su párroco Augusto ganaron un merecido lugar dentro mío y serán recordados por mucho, mucho tiempo...
El peregrino gasolero se vio obligado a dormitar en los zaguanes –del lado de afuera- debido a discrepancias higiénicas sostenidas con otros peregrinos, y a que no quería devolver una toalla que aparentemente no le pertenecía.