Ultreia et Suseia

Este blog es antes que nada el diario de un peregrino en camino a Santiago de Compostela.
"Ultreia" (mas allá) era el saludo dado al peregrino en la edad media, al cual este respondía siempre "et suseia" (y más arriba), de ahí el título de este blog. Epítome de todos los caminos, el Camino de Santiago es un camino sin final y sin retorno cuya síntesis perfecta es precisamente "Ultreia et suseia".

viernes, 22 de febrero de 2008

09 - De Estella a Villamayor de Mon Jardin

Notas de viaje, lunes 31 de julio de 2000.

Nos levantamos as las 07:45, nos vestimos, armamos las mochilas, y bajamos a pagar. Una vez en la calle buscamos un banco para cambiar dinero y lo encontramos exactamente a las 08:30, hora en que abría. Compramos las pesetas correspondientes y una tarjeta de teléfono. Martín aprovecha el fresquito de la mañana para llamar a su amada (son las 03:30 en Montevideo!). Yo me quedé con ganas de hablar con mi medio cítrico pero espero hacerlo por la tarde.
Comenzamos a caminar..., pa' cualquier lado. Se nota que estamos poco prácticos en esto de seguir las flechas, fuimos a parar a la gran puta.
Resultado, tuvimos que desandar el camino (casi 3 kms. al pedo) y para cuando retomamos la senda correcta había pasado casi una hora. Seguimos andando, el sol comenzó a calentar, pero el camino era bastante agradable.


Camino a Villamayor de Monjardin

Como hito memorable de esta etapa, y de todo el camino también, descolla un pequeño -pero enorme- pueblo, la localidad de Irache, famosa por las bondades de sus vides. Allí en ese pequeño pueblito permanece, erguido y orgulloso, el primer monasterio-hospital de peregrinos de todo el Camino. Fundado por una comunidad benedictina en 958 fue dotado de un hospital para peregrinos en 1054 por el rey de Nájera. Un edificio increíble y perfectamente conservado.

Al fondo, el Monasterio-Hospital de peregrinos de Irache, un poco antes las Bodegas de Irache

Frente a él, las famosas bodegas Irache. Bodegas de renombre bien ganado por la calidad de sus fermentos, mejor ganado todavía por mantener un Museo del Vino, y mucho mejor ganado aún por ser las propulsoras y ejecutoras de una de las ideas más maravillosas y magníficas que pueda concebir mente alguna: UNA FUENTE DE VINO. Sí, sí, sí, una fuente pública, abierta en horario de oficina, de donde mana el más refrescante caldo que la noble vid pueda entregar, la fuente del vino, única en el mundo y sobre el camino de la estrella...

"Peregrino, si quieres llegar a Santiago
con fuerza y vitalidad,
de este gran vino echa un trago,
y brinda por la felicidad"

Por supuesto que si lo hicimos, más de una vez, más de dos, y más de tres también. Grande la madre patria, y generosa con el peregrino. A punto estuvimos de vaciar nuestras cantimploras y llenarlas de tan augusta, y refrescante savia, pero ateniéndonos a las reglas de cortesía que rezaban los siguientes versos
"A beber sin abusar,
te invitamos con agrado,
para poderlo llevar,
el vino ha de ser comprado"

decidimos echar otro traguito y proseguir nuestra marcha penitente sin respostar cantimploras -seríamos los únicos en no hacerlo-.

La Fuente del Vino en las Bodegas Irache

A la salida del pueblo, andando por un pedregoso caminito que serpenteaba entre el frescor de las vides, me detuve unos segundos a observar el monasterio que dejábamos atrás y recogí al azar un par de guijarros del camino. En ese momento me prometí cargarlos todo el camino, dejar uno de ellos a los pies de la tumba del apóstol en Santiago y traer el otro de vuelta a Montevideo, como presente y como recuerdo.
El camino se tornó algo más empinado, pedregoso y sin sombra. Llegamos a VillaMayor de Mon Jardín a las 13:30. El sol hacía rato que hacía notar su presencia y teníamos las remeras empapadas en transpiración. Decidimos quedarnos en un albergue privado en lo alto del pueblo con una hermosa vista del valle y sus frescas vides alineadas en interminables hileras de hojas verdes y racimos oscuros. Villamayor también tiene su bodega de renombre, de nombre sugestivo y sugerente, el Castillo de Mon Jardín -aúreo exponente de los mejores vinos de Navarra-.


Viñas del Castillo de Monjardin

Luego de dejar las cosas en la habitación del albergue y de la refrescante ducha de rigor, salimos a caminar un poquito y a procurarnos alimento. Terminamos en un excelente restaurante de la bodega del pueblo donde debemos de habernos regalado una de las mejoras comidas de todo el periplo, cogollos, chicharro, gazpacho, un vino de esos que Navarra sabe ofrecer (un estupendo Chardonnay del 99) y que se yo que más. Nos salió un carísimo, pero lo disfrutamos como si fuera la última cena. Hasta conseguimos utilizar un teléfono público que acaparamos durante media hora de llamadas entrantes y salientes con Ana, Nélida, Sandra, y hasta con Angélica. El camino sin percances, la fuente, la comida, el lugar, tantas cosas vividas hasta ese momento y tantas cosas aún por descubrir, el día radiante, los viñedos en el valle, las voces al otro lado del océano, la compañía del amigo..., todo eso amalgamado en el atanor de una ruta milenaria para producir uno de los momentos más felices del camino. Hay veces que la vida te sonríe de una manera irresistible...
Volvimos, lentos y felices, hasta el albergue y nos acostamos a descansar un rato.

Luego del almuerzo, volviendo al albergue a ritmo de quelonio

Las moscas de Navarra que también dormitaban -sobre la piola de tender la ropa que cruzaba diagonalmente la habitación- me despertaron un par de horas más tarde, encolerizadas por un tropezón de Martín -que se llevó la piola por delante-, asi que salí de la habitación, una especie de buhardilla en el segundo piso, a una terraza desde donde se veía todo el pueblo y particularmente la altiva torre barroca de la Iglesia de San Andrés, adosada al templo de estilo románico del siglo XIV, y en cuyos jardines algún párroco misterioso -la iglesia estaba cerrada- cultiva el muérdago con dedicación. Desde la terraza además es posible distinguir claramente las derruidas paredes de una antigua ermita en lo alto de la sierra que domina al pueblo.

Vista de la torre de la Iglesia de San Andrés desde la terraza del albergue


El cielo, de un azul impecable, comienza a poblarse lentamente de una multitud de golondrinas que alegran maravillosamente la impecable puesta del sol. Compartiendo algún cigarrillo y una que otra cerveza, nos quedamos hasta muy tarde en la terraza del albergue conversando con algunos peregrinos rezagados que fueron llegando y que a falta de lugar dormirán en el piso de la terraza, "à la belle étoile".
La noche se prestaba a la filosofía de entrecasa, y me demoré bastante en irme a la cama.Las lesiones no nos han molestado para nada. Mañana caminaremos hasta Los Arcos (otros 12 kms.) y si todo va bien, empezaremos a alargar etapas hasta Logroño.

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