Ultreia et Suseia

Este blog es antes que nada el diario de un peregrino en camino a Santiago de Compostela.
"Ultreia" (mas allá) era el saludo dado al peregrino en la edad media, al cual este respondía siempre "et suseia" (y más arriba), de ahí el título de este blog. Epítome de todos los caminos, el Camino de Santiago es un camino sin final y sin retorno cuya síntesis perfecta es precisamente "Ultreia et suseia".

viernes, 22 de febrero de 2008

05 - De Roncesvalles a Zubiri

Notas de viaje, jueves 27 de julio de 2000.

Nos levantamos a las 07:30 e hicimos - por primera vez - el calentamiento del dojo (todavía nos dolían los músculos y realmente lo necesitábamos, fue una cosa buena). Desayunamos agua sin gas y 1/2 bocadillo cada uno. Nos vestimos, ordenamos la habitación y dejamos las mochilas sobre la cama, Gibra vendría a buscarlas más tarde.

Retomamos el camino a las 08:00.
Cargamos la pequeña mochila de Martín por turnos de 1 hora y llevamos poca agua. La mañana esta fresca, yo llevo calzadas mis sandalias Reef y las botas de trekking con los cordones anudados colgando del cuello esperando a que se sequen. La primer parte del camino es encantadora, un paseo por los más espeso del bosque navarro, pleno de árboles añosos, helechos gigantes, muérdago silvestre y señales indicando cotos de caza público y privados.



El bosque del Erro, uno de los sitios donde el Camino todavía conserva el trazado medieval.


Los colores de Navarra y las flechas amarillas que guían al peregrino por los bosques pirenaicos.

Anduvimos unos doce kilómetros, pasando pequeños y encantadores pueblitos de montaña (Burguete, Espinal, alto de Mezkiritz), hasta llega al Bar de Juan en Bizcarreta, donde nos detuvimos a tomar un jugo de naranja y comer lo que nos quedaba de los bocadillos.

Llegando a Bizcarreta.

El Bar de Juan en Bizcarreta, pausa en el camino.

Descansamos unos 20 minutos y retomamos el camino. Pasamos por Lintzoain para emprender el ascenso al Alto del Erro en medio del maravilloso bosque navarro. El bosque es espeso, con mucha piedra y barro en todos los piques por los que pasábamos. Después de un par de horas y varias casi caídas, el barro se me había trepado casi hasta las rodillas, asi que tuve que gastar parte del agua en lavar mis pies y calzarme las botas de trekking -ya bastante secas por el sol de la mañana-.

Seguimos por el bosque hasta dar con una portera que indicaba el comienzo de Zubiri (“pueblo del puente” en euskera), eran las 13:00 y parecía faltar bastante poco para llegar a destino. A partir de allí el camino comenzó un pronunciado descenso entre piedras sueltas y farallones labrados en la roca por la erosión. Las pendientes y pedruzcos sueltos, nos obligaban a sostenernos de los bordones para evitar una rodada de varias decenas de metros hasta alguna de las grandes rocas que enmarcaban el sendero. Yo me sentía bastante bien, aunque a Martín comenzó a molestarle la rodilla asi que seguí cargando la mochila el resto del camino. Martín rengueaba un poco detrás mío, y yo cada vez más ansioso saltaba de piedra en piedra inconscientemente. Finalmente en una de mis pruebas de arrojo terminé encima de una filosa saliente de granito con todo el peso de mi humanidad mochila inlcuída sobre mi pie derecho, en el momento apenas sentí un impacto más fuerte de lo habitual y la fuerza del golpe transmitida a través de la gruesa suela de la bota. No le presté mucha atención - y rápido iba a arrepentirme de eso- y seguimos descendiendo con rapidez. No muy lejos ya se divisaba la fábrica de magnesitas que ha hecho prosperar al pueblo, como un gigantesco agujero blanco al borde del bosque, donde pululaban máquinas, hombres y chimeneas de hornos utilizados para secar las piedras arrancadas del suelo. Detrás de la fábrica, a un par de kms. ya se adivinaba el pueblo.

Finalmente entramos en Zubiri a las 15:30 y nos detuvimos unos 10 minutos a beber agua sobre el legendario puente medieval de La Rabia, un puente de ochocientos años que según la leyenda el girar tres veces alrededor de su pilón central curaba a los animales de la enfermedad, de ahí el nombre tan curioso. En suma era un pequeño y precioso puente de piedra sobre un encantador arroyo de agua clara (el río Arga) a cuyas orillas crecían algunos sauces y arboles más típicos del lugar. Sacamos algunas fotos en compañía de una pequeña lagartija que salió a recibirnos.

Entranda a Zubiri cruzando el puente medieval de "La Rabia" (la leyenda dice que curaba a los animales de este mal, nada dice, sin embargo, que efecto tendrá sobre mi amigo Juanito)

Vista lateral del "Puente de la Rabia"
Martín quiere seguir, pero a mí el pie ya me duele bastante así que lo convenzo para caminar hasta la fuente del pueblo y luego a un bar para utilizar los servicios, como le llaman por acá. Para cuando salimos del bar, yo casi ya no podía caminar, y digo casi porque usaba el bordón de muleta. Nos recostamos en la plaza de la fuente y me dormí unos 20 minutos. Cuando desperté (agobiado por la insistencia de las moscas de navarra, estos insectos merecerían todo un capítulo de este diario, son en todo parecidas a las moscas de Montevideo, pero tiene dos diferencias que las vuelven particularmente insoportables; son absolutamente descaradas y directas a la hora de joder a alguien y además insisten tercamente hasta las últimas consecuencias, esto es hasta que les llega el ticket de ida al más allá bajo la forma de un furibundo y rabioso chancletazo), eran las 16:00, el albergue no abría hasta las 20:00 y decidimos buscar un hostal. Finalmente nos decidimos por la Hostería de Zubiri -era el que estaba más cerca- luego de llamar a "Gibra" para que nos alcanzara las mochilas. Yo me quedé en la habitación, ya que definitivamente no puedo siquiera apoyar el pie derecho y Martín salió a esperar las mochilas. Volvió a la habitación a las 17:30, yo dormía, se duchó, me despertó, me duché, nos masajeamos los pies con menta -costumbre peregrina para evitar las ampollas- y salimos a buscar un bar o café para tomar y comer algo -estamos sin almorzar-. Tomamos un par de cafés con masas dulces en una pintoresca panadería del pueblo. Caminamos -es un decir, porque lo que yo hago es dar pequeños saltitos apoyado en el bordón- hasta el refugio y esperamos a la señora que lo atiende para que nos sellara las credenciales y volver al hostal. Martín se compró un par de rodilleras para hacer la etapa de mañana aunque aún no sabemos si podremos hacerla. Está muy desanimado y pesimista -condición no muy extraña en él-, pero después de discutirlo un rato lo convencí de que es posible hacer etapas más cortas, aligerar el peso de las mochilas, etc. Mañana trataremos de llegar a Pamplona, son unos 19 kms.
Luego de descansar un rato bajamos al restaurante del hostal a cenar. Estuvo muy rico, muy abundante, y bastante caro.

Volvimos a la habitación, no sin antes conversar un momento con el dueño del hostal que nos explicó el significado del famoso "lauburu" celta vascón. Nos acostamos a descansar, espero que todo salga bien, que mi cuerpo se comporte como de costumbre y tenga una de sus habituales recuperaciones casi milagrosas y sobre todo que Martín se recupere de su rodilla. Me parece, sin embargo, que mañana va a ser un dia jodido...

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