Ultreia et Suseia

Este blog es antes que nada el diario de un peregrino en camino a Santiago de Compostela.
"Ultreia" (mas allá) era el saludo dado al peregrino en la edad media, al cual este respondía siempre "et suseia" (y más arriba), de ahí el título de este blog. Epítome de todos los caminos, el Camino de Santiago es un camino sin final y sin retorno cuya síntesis perfecta es precisamente "Ultreia et suseia".

viernes, 22 de febrero de 2008

13 - De Logroño a Burgos

Notas de viaje, viernes 04 de agosto de 2000.

Nos levantamos más o menos a las ocho. Armamos nuestros petates y nos despedimos del albergue. Paramos a desayunar en un pequeño bar (en una esquina de la plaza, obviamente), compramos rollos de fotos, caminamos hasta la estación de autobuses, sacamos los pasajes, pesamos las mochilas, volvimos al Cyber Café a leer y enviar correo, compré las revistas de novia solicitadas por mi ídem, y volvimos a la estación a esperar el autobús hasta Burgos.
El viaje a Burgos nos tomó 1 1/2 horas de cómodo transito por la campiña riojana y leonina. Finalmente descendemos en Burgos, nos presentamos en la ventanilla de venta de pasajes y nos informan que no habrá pasaje para León hasta el día siguiente a mediodía. Tal parece que vamos a quedarnos a dormir en Burgos, lo cual resultó ser uno de los 'contratiempos' más felices del Camino.
Luego de andar de aquí para allá buscando un hotel accesible al peregrino -como maleta de loco diría mi madre-, dimos con una pizzería que nos permitió reponer fuerzas y rearmar nuestra estrategia. Resumiendo, si no hay barato que sea bueno, asi que nos quedamos en el Melia Fernan Gonzalez. Nos pegamos un par de duchas maravillosas, lavamos ropa -mencioné antes que lavamos nuestra ropa a diario?- nos cambiamos, y salimos rumbo al correo donde comprar una caja para enviar algunas cosas de vuelta a casa. En total mandamos más de 5 kilos de revistas de novias, folletos, llaveritos, y qué se yó cuantas cosas más.

Visitamos la catedral de Burgos. Difícil tarea describir a la que está considerada como una de las más grandes y hermosas catedrales europeas, declarada patrimonio histórico-cultural de la humanidad.
A ver, primero un poquitín de historia.
Burgos fue fundada en el 884 por Diego Rodríguez Porcelos al pie de una colina sobre el Arlazón. La creación del reino de Castilla en 1035 y el asentamiento del Obispado de Oca en 1075, convirtieron a la ciudad en la urbe más importante de España durante varios siglos. En esta cada vez más importante urbe comienza la construcción de la Catedral bajo el reinado de Fernando III en el año 1221. El edificio fue concluido en el siglo XV cuando un cantero de origen alemán, Juan de Colonia, y sus hijos, le añaden al ya portentoso edificio, sus pináculos góticos y la torre de la linterna.
Difícil es describirla, decía más arriba, pero difícil es, también, resistir la tentación de hacerlo.
El edificio es enorme, tan grande como Chartres o Nuestra Señora de París.
Un inabarcable conjunto de gárgolas, quimeras, arcos, arbotantes, ojivas, balcones, columnas, columnatas, tabiques, vitrales, sepulcros, dinteles, pleno de seres mitológicos cincelados en la piedra por manos maestras en un arte tan antiguo como el hombre.
El arte gótico en su máximo esplendor. Una obra que es ejemplo de la fe de miles que construían para la gloria de Dios y para la memoria del hombre. La Catedral de Burgos fué, además, la primera gran catedral que conocimos (más tarde tendríamos oportunidad de visitar la de Santiago, la de Chartres, y Nuestra Señora de París).
¿Que se siente al entrar en un lugar así? Emoción, maravilla y asombro. Resulta fácil imaginar la profunda emoción, el temor, el respeto, de las gentes de la Edad Media que accedían a un lugar como este, a un sitio tan sagrado, a la morada de Dios. Difícil imaginar un lugar más adecuado, un sitio más digno, más a su gusto, acaso tal vez (aunque esto no se si lo pensaran) en lo más íntimo de nosotros mismos, en lo profundo de nuestros corazones humanos. En la Catedral de Burgos se encuentra además el cofre del Cid, un misterioso baúl donde se dice el Cid guardó sus más preciados tesoros.

Recorrer la catedral, es sumergirse en un mundo muy distinto del actual, en un mundo de alegorías, de imágenes esculpidas con inusual maestría en enormes bloques de piedra. Anduvimos por dos horas recorriendo sus naves, el transepto, sus capillas, maravillándonos ante los vitrales, los retablos, los altares. Decidimos irnos cuando la muchedumbre y el bullicio de los turistas se nos tornó demasiado discordante con nuestros propios estados de ánimo. El turista y el peregrino no congenian demasiado.



Vista lateral (y parcial) de la catedral

La Torre de la Linterna de la catedral vista desde abajo


Nos fuimos lento, mirando constantemente hacia atrás, luego trepamos la colina por una de las calles empedradas que desembocan en una de las plazas de la catedral, hasta llegar hasta un agradable parque de fresnos y abedules (el parque del Castillo) desde donde se obtiene una de la pocas vistas posibles de la casi totalidad de la Catedral y de buena parte del casco histórico de la ciudad.

La Catedral desde el Parque del Castillo

El Arco de Santa Maria que da acceso a la plaza y a la catedral


Volvemos a descender y comemos una pizza en unos de los mesones típicos frente a la catedral. Luego visitamos el Arco de Santa María, un macizo conjunto pétreo de tres pisos que a la desembocadura del puente sobre el Arlazón da acceso a la plaza de la catedral.
Mas tarde, de regreso al hotel nos detuvimos a leer y enviar correo desde un Cyber Café, y nos despachamos unos generosos Jack Daniels.
Ahora, mientras Martín devora una tele-pizza sobre la cama de la habitación del hotel, aprovecho para llamar a Ana y conversamos un par de minutos. la pongo al día de lo más importante y disfruto escuchando su vocecita del otro lado del océano.
Martín sigue comiendo.


Yo me entretengo en pasar estos apuntes un rato largo. Martín ordena, envuelve, desenvuelve, vuelve a ordenar, revisa la ropa que lavamos en la tarde, se acuesta, se levanta, se vuelve a acostar, conversamos un rato y finalmente nos dormimos como rocas.

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