Ultreia et Suseia

Este blog es antes que nada el diario de un peregrino en camino a Santiago de Compostela.
"Ultreia" (mas allá) era el saludo dado al peregrino en la edad media, al cual este respondía siempre "et suseia" (y más arriba), de ahí el título de este blog. Epítome de todos los caminos, el Camino de Santiago es un camino sin final y sin retorno cuya síntesis perfecta es precisamente "Ultreia et suseia".

viernes, 22 de febrero de 2008

16 - De Villafranca del Bierzo a Vega de Valcarce

Notas de viaje, lunes 07 de agosto de 2000.

Me despierto, 03:30, esta todo quieto y los ronquidos de Antonio retumban sobre las paredes de la habitación.
Me despierto, 05:30, ya no se oyen ronquidos. Están todos armando sus mochilas.
Me despierto, 06:30, me levanto -me bajo en realidad-, despierto a Martín y media hora más tarde retomamos el camino.
Como no podía ser de otra manera, volvemos a errar la ruta y tenemos que desandar casi un kilómetro hasta retomar la senda para peatones. La anterior, para ciclistas, eran 18 kms. por la ruta hasta la unión de ambos caminos. Los primeros quinientos metros fueron como trepar a una gigantesca duna de arena blanda. Mirábamos hacia arriba y era difícil imaginar otra cosa que no fuera una cabra trepando por ese camino. Al final llegamos a la cima y luego el ascenso continuó pero en forma mucho más leve. El paisaje del valle más abajo, era encantador, las telas de araña a la vera del camino eran gigantescas y los barrancos de varias cuadras de profundidad.

Al amanecer, dejando atrás Villafranca del Bierzo


Continuamos el ascenso por casi una hora más y luego iniciamos un leve descenso de varios kilómetros pasando debajo de algunas líneas de alta tensión que producían un murmullo sordo pero muy audible que ponían bastante nervioso a Martín. Habíamos recorrido doce kilómetros desde VillaFranca y nos detuvimos a desayunar en Trabadelo, eran las 10 de la mañana.

Rumbo a Trabadelo

Casi llegando a Trabadelo

El último kilómetro antes de Trabadelo es un zigzagueante y abrupto descenso entre piedras sueltas y desparejas. Algunos tramos los hacíamos casi corriendo hasta que en una curva más cerrada que las demás casi seguimos de largo en lo que hubiera sido una rodada de sesenta metros hasta el asfalto de la ruta.
Retomamos el camino unos minutos después del desayuno, continuamos por casi una hora caminando por el arcén de la carretera, con enormes camiones que nos hacía unos finitos espectaculares. Salimos de la ruta para retomar un antiguo camino en desuso hasta Vega de Valcarce, donde entramos un poco después de mediodía. Fueron 19 kms. totalmente disfrutables y sin contratiempos, aunque a mí me duele un poco el pie izquierdo. Después de llegar, la ducha y el lavado de ropa, el sello en las credenciales, y el almuerzo en un restaurante increíblemente barato: 3 platos + agua, + cerveza + postre, por 1800 pelas. Volvimos al albergue y me acosté a probar el colchón, son las 15:30.

Me despierto de la siestecilla tres horas más tarde. Martín me comenta que ronqué bastante y me gritaban cosas feas: "¡Bájate de la moto!", etc.
Salimos a aprovisionarnos de algunas vituallas, y volvimos al albergue.
Vega de Valcarce es un pueblito sin demasiado encanto pero bastante simpático. Hoy hay fiesta en el pueblo, y luego de cenar en el mismo restaurante que a mediodía -y tomar otro decepcionante vino del Bierzo que cubriría de oprobio su denominación vinícola-, fuimos un rato a ver las fiestas en la plaza del pueblo.
En la plaza del pueblo, descubrimos por primera vez a un personaje que nos acompañaría algunas de las siguientes jornadas, al cual Martín bautizó como el “peregrino gasolero ”, que parecía funcionar a vino (esto vendría a confirmar la pintoresca teoría de Antonio “…de que luego el alcohol se transforma en azúcar y marchas de maravillas…”) y que protagonizaría algunos incidentes más tarde.


Vega de Valcarce desde el refugio


Había baile, bombillas de colores colgadas por aquí y allá, un grupo de música tocando en un escenario, y una feria con tiro al blanco, ruleta, fulbito, y tejo. Después de dar unas vueltas, vapuleo a Martín en tres partidos de Tejo (5 a 4, 5 a 2, y no juego más), y volvimos al albergue.
Martín se acuesta, yo me salgo hasta el balconcito del albergue a escribir mis apuntes, y me entretengo mirando a lo lejos sobre una colina vecina, como la luna va asomando sobre las ruinas del castillo de Sarracín.

Mañana nos espera el ascenso al famoso Cebreiro. Dicen los peregrinos que después de los Pirineos es la etapa más dura del Camino, pero luego de la odisea que nos mandamos desde Saint Jean a Roncesvalles, nos impresiona mas bien poco.
El albergue es una verdadera porquería. No encontramos a nadie que lo atienda hasta mucho después de haber llegado. Las duchas son bastante apestosas al igual que los baños y las habitaciones y su aspecto en general. En fin, quizás el peor del camino. Pero no lo pasamos nada mal allí y el alberguista que apareció sobre fin de la tarde, tuvo a bien resarcirse (en parte) de su pobre gestión obsequiándome tres postales que tenía intención de comprar -y por la mirada de sorpresa que puso, pareció bastante claro que pocos peregrinos se interesaban en las postales de la localidad-.Me acuesto pasada la medianoche y plancho al toque.


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