Nos levantamos a las ocho, desayunamos un opulento buffet, vamos hasta el correo a dejar unas postales y la caja, y volvemos hasta la estación a tomar el autobús hasta León. Llegamos a León pasado el mediodía, tenemos pasaje para Ponferrada a las 14:30, lo que no nos deja mucho tiempo para recorrer la ciudad. Decidimos visitar la Catedral, tomamos un taxi que nos dejó a un par de cuadras, y cuando llegamos a la plaza descubrimos un cartel que informa que la entrada a la Catedral está "cerrada por reformas", a uno le gustaría pensar que en todo caso estará cerrada por restauraciones y no por reformas, aunque con esta gente nunca se sabe... El hecho es que nos quedamos afuera (... y van). Recorremos la plaza, tomamos algunas fotos de la catedral, un imponente edificio gótico del siglo XIII en granito regrenido por los siglos (luego alguien me explicaría que los siglos no oscurece la piedra y sí lo hace el hollín de los automóviles) que destaca por la delicadeza del entramado de arcos y arbotantes. La catedral orienta su pórtico hacia Jerusalén y es famosa por sus 1800 metros de vitrales que desparraman un mosaico de luces y colores en el interior de sus naves.
Atardece sobre la Catedral de Leon
Nos lo perdemos y la escasez de tiempo también nos obliga a perdernos la basílica románica de San Isidoro, famosa por el Panteón Real que arropa las reliquias del santo.
Volvemos a la estación de autobuses y partimos para Ponferrada.
El viaje hasta Ponferrada dura algo más de una hora, y finalmente ponemos pie en la ciudad que será el inicio de nuestro retorno al Camino. Llegamos al caer la tarde y siguiendo las indicaciones de un taxista damos con el Hotel Madrid, donde tomamos dos habitaciones simples ya que dobles no queda ni una. Dejamos las mochilas y salimos casi corriendo a conocer la famosa y mítica fortaleza Templaria del siglo XIV. Luego de algunas cuadras por la avenida principal, cruzamos el moderno puente de cemento (que sustituye al original de madera y hierro que da nombre a la ciudad, Pons Ferrata) que da acceso a la fortaleza. Sobre una colina, en la margen este del río, realmente impresiona. Desde las altas murallas y torres de piedra rojiza, que se levantan orgullosas sobre el río, resulta fácil adivinar la silueta de uno de aquellos sacerdotes-guerreros asomando un bruñido yelmo por entre alguno de los ventanucos de las almenas.
Nos asomamos tímidamente al puente levadizo de la entrada esperando encontrarlo cerrado, pero no, esta abierto hasta las 19:30.
La Fortaleza templaria de Ponferrada vista desde el puente
Recorriendo las ruinas de la fortaleza
Vista del río desde una de las murallas de la fortaleza
Vista del pueblo desde las almenas de una de las torres
Entramos y nos topamos de frente con una pareja de novios tomándose fotos, en fín, este país es así. Sobrepuestos de la impresión, lo recorremos a placer.
Subimos y bajamos escaleras labradas en la piedra, nos detenemos a otear por las almenas, nos imaginamos resistiendo el asalto de furiosos sarracenos o realizando místicas ceremonias y ritos olvidados.
Disparamos las cámaras casi contra todo. Imaginamos las ceremonias relatadas por algunos y muchas otras que nadie contó jamás. Descubrimos algunas murallas derruidas, pozos oscuros donde no se ve el fondo, entradas a túneles escondidos y cerrados por pesadas rejas de hierro herrumbrado. Buscamos indicios de inexistentes criptografías escondidas en la piedra o de geométricas formas de granito reveladoras de arcanos misterios ya perdidos.
Dejamos atrás el castillo y buscamos el albergue donde sellar nuestras credenciales. Volvemos al hotel, nos duchamos y salimos a procurarnos la cena. Finalmente damos con un Bar-Restaurant detrás de la muralla oriental del castillo. Tomamos la única mesa disponible, ordenamos la cena y nos morimos de frío esperando unos platos que para cuando llegaron ya habíamos perdido el apetito. Además, la comida era bastante mala y el vino era peor. Pagamos y nos retiramos del lugar, ateridos de frío y decepcionados de las bondades de la cocina local y de las inexistentes cualidades de los vinos del Bierzo. Volvemos al hotel, cada uno a su habitación. Me acuesto y al rato suena el teléfono. Es Martín recomendándome un documental sobre el Yeti. Corto. Enciendo el televisor de la habitación y paseo por varios programas hasta dar con la documental.
Me llegan los sonidos apagados del jolgorio que se armó en la planta baja del hotel, y adivinen qué, es la fiesta de los tortolitos del castillo. ¡Vivan los novios !
Comentario al margen: jonito me comenta que le han entrado unas ganas de meterse de rondón en la fiesta, que no se aguanta, que sólo lo detiene lo rídículo que quedaría de pantalones cortos y botas de trekking entre tanto smoking. En fin, que muchacho este...Me duermo soñando con el Shasquash y su errante vagabundear por los bosques de Norteamérica.
2 comentarios:
Ma - ra - vi - lla!
El Shasquash es el 1. El 1!!
No hay nadie como el Shasquash.
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